Santiago Venegas Díaz es el CEO de la Clínica Oftalmológica Pasteur, centro de referencia nacional en Chile, con más de 25 años en el mercado. Además, es un consultor experimentado en gestión de salud, habiendo desarrollado su carrera en su país natal y, también, en Brasil, Perú, Bolivia y Costa Rica. Ingeniero civil, Díaz no tardó en orientar su carrera hacia la administración hospitalaria, pasando por instituciones públicas y privadas: entre ellas, el Departamento de Concesiones Hospitalarias del Ministerio de Salud chileno.
Esta trayectoria de peso le da muchos argumentos para sostener que la conectividad brindada por la tecnología acerca a médicos y pacientes, mejorando la gestión de salud. También defiende los pilares adoptados por la propia Pasteur: "una gestión clínica muy fuerte y rigurosa, educación y formación de profesionales de salud y participación en proyectos de investigación e innovación”, en sus palabras.
La búsqueda de la excelencia ya sería suficiente para llamar la atención, pero se vuelve especialmente notable cuando se sabe que la oftalmología es una de las especialidades más desasistidas de Chile, con un gran déficit de profesionales en relación con la población y con pocos centros de formación en el país. Via videoconferencia, Díaz habló en exlusivo con el blog de Orange Business para contar cómo la clínica ejecuta su plan de innovación, sin perder de vista jamás que innovar significa mejorar la vida —en el caso de la Clínica Pasteur, la visión— de la gente.
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¿Cuáles son los principales desafíos para fomentar la innovación tecnológica en una especialidad médica que es deficitaria en el país?
El principal desafío se da cuando se incorporan nuevas tecnologías que cambian los paradigmas de la atención tradicional. Fue el caso de la teleoftalmología. La telemedicina ya era un hecho, pero los médicos solían pensar que era algo que competiría con ellos; algunos aún piensan así. Por eso, no era recibída con el entusiasmo necesario. La urgencia [de la pandemia] trajo ese entusiasmo, y encontró a los médicos bastante más abiertos a la incorporación de la tecnología. Hacer un examen ocular con soluciones de inteligencia artificial, por ejemplo, implica que podamos atender fuera de los lugares “comunes” de atención. Con eso, no llegamos a donde está el oftalmólogo, sino esencialmente donde no está, con una atención más efectiva y más económica.
La resistencia a las teleconsultas parece encontrarse más entre la comunidad médica que entre la población en general. ¿Esa percepción refleja la realidad?
Antes de la pandemia había poco interés por parte de los prestadores de servicios públicos y privados para aplicar soluciones de telemedicina: no solo de los médicos, sino de todo el sector. La pandemia creó la necesidad de implementarla, incluso por una presión corporativa. Vimos que algunos médicos la adoptaron con resistencia, desconfianza e incluso una cierta indolencia en algunos casos. Pero me arriesgo a decir que hoy está presente en todas las especialidades médicas en nuestro país. Incluso nosotros tenemos una plataforma que está online de lunes a viernes y que puede atender a pacientes no solo de Chile; ya atendemos a pacientes de Bolivia y de Perú, por ejemplo. A nosotros nos interesa superar nuestras fronteras y atender a personas de distintas partes de América Latina. Estoy convencido de que podemos superar los vacíos de atención. Y la pandemia nos dio la oportunidad de dar un salto importante para transformar la teleconsulta en algo permanente.
¿Ustedes desarrollaron el modelo tecnológico que adoptaron para las teleconsultas o tuvieron algún socio?
Aprendimos mucho con nuestros socios ingleses del (hospital oftalmológico) Moorfields, de quien adquirimos el modelo de gestión clínica: desde los indicadores hasta los protocolos de atención. Inglaterra empezó a lidiar con la pandemia algunos meses antes de nosotros, y ya tenía los protocolos adecuados para las necesidades que trajo la Covid-19. Lo más importante para nosotros era entender cómo sería el proceso de atención, cómo se incorporarían las tecnologías a éste. Porque, mira, la tecnología es secundaria: es un complemento, un soporte. Lo importante era tener un protocolo financieramente viable y efectivo que cumpliera con las expectativas del paciente. Actualmente no existe una solución tecnológica que permita sustituir la atención presencial en un 100%, en ninguna parte del mundo. En el caso de la oftalmología, el proceso consiste en teleorientación, entendiendo las señales y síntomas, y, si es el caso, derivando para exámenes presenciales o recetando medicamentos de baja complejidad.
¿Qué otras soluciones tecnológicas podrían incorporarse? ¿Estas podrían ser parte de alguna etapa del diagnóstico, por ejemplo?
Estamos trayendo un sistema basado en inteligencia artificial que permita el diagnóstico de enfermedades a partir de un examen de fondo de ojo. Independientemente de la pandemia, ya teníamos todo el historial del paciente integrado de forma electrónica. Los exámenes están todos digitalizados y son parte de la ficha del paciente, incluso los de imagen. De este modo, no solamente se pueden “transportar” al celular del paciente, sino que también se pueden derivar fácilmente a otros expertos —como neuroftalmolólogos u oncoftalmólogos— cuando el caso lo requiera.
Una discusión presente en toda la comunidad médica occidental tiene relación con la atención integral de la salud, lo que incluye la atención humanizada. ¿La tecnología puede, al contrario de lo que dice el sentido común, favorecer esa humanización?
Ella puede apoyar y ayudar, mediante aplicaciones que respondan a las dudas comunes en el seguimiento posquirúrgico, por ejemplo. Pero lo que es más cómodo y tranquilizador para el paciente es tener contacto directo con su médico, y eso es algo que podemos hacer tecnológicamente, con seguimiento por video e incluso por voz. Eso permite un mayor acercamiento entre el médico y el paciente.
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