Desde finales de la década de 1990, ya se vislumbra de que el modelo tradicional de gestión, orientado a la ejecución eficiente de las rutinas con operaciones predecibles e implementadas al menor costo posible, no es suficiente frente a la rápida evolución tecnológica. Kathleen Eisenhardt, profesora del Stanford W. Ascherman M.D. y codirectora del Stanford Technology Ventures Program en la Universidad de Stanford, afirmó en su libro “Competing on the Edge: Strategy as Structured Chaos” (Compitiendo en el Límite: Estrategia como Caos Estructurado, en traducción literal) que las habilidades necesarias para navegar en ambientes altamente inciertos no se encuentran en las grandes empresas, sino que se establecen en el mercado.
Y lo mismo cabe, obviamente, para la infraestructura de TI. Los ambientes de trabajo cambiaron, alterando también la forma en que ocurre la comunicación. No hablo solamente de las herramientas corporativas que ya son parte del día a día organizacional, como por ejemplo los chats persistentes y la video colaboración, sino principalmente de aplicaciones no oficiales, como es el caso de WhatsApp, que los usuarios incorporan de manera informal (y que se vuelven, por lo tanto, una importante brecha para la seguridad de la información).
Lo que dificulta este proceso es que los cambios en las organizaciones ocurren de modo top-down, o sea, los líderes toman decisiones y el equipo tiene que seguir las determinaciones. Esto significa que la tecnología sigue la forma en que la organización planifica la comunicación: en formato vertical y, no siempre, siguiendo la lógica de las interacciones humanas fuera de la oficina. Como resultado, aunque la comunicación haya evolucionado y hayan surgido nuevas opciones en los últimos años, incluyendo alternativas corporativas, el correo sigue siendo la principal herramienta oficial de comunicación, como lo es la intranet.
Sin embargo, es imposible frenar la evolución natural del comportamiento humano, justamente porque la comunicación en la vida privada se volvió mucho más ágil que dentro de las empresas. Así, son cada vez más las herramientas asociadas al shadow IT (TI de las sombras, en traducción libre), y los usuarios las utilizan sin que el equipo de TI ni siquiera tenga acceso, lo que puede generar impactos negativos en la infraestructura y comprometer la seguridad de la información.
Frente a esta encrucijada —la organización que necesita una TI predecible y segura, a la vez que el equipo requiere más agilidad en la comunicación— recae sobre el líder de tecnología la responsabilidad de equilibrar los intereses de ambos lados, sin perder de vista el objetivo de proteger los datos corporativos.
La empresa debe ser capaz de rastrear todos los datos y las informaciones de trabajo para entender quién pudo acceder al contenido, por dónde y cuándo lo hizo. Todo eso puede hacerse mediante plataformas y mecanismos de control. Estas herramientas permiten tomar decisiones y reaccionar a tiempo para garantizar la protección de los datos de la organización.
Frente a tal complejidad, la antigua máxima de TI de que no es el “si”, sino el “cuándo”, la organización será atacada, es aún más evidente. Tener profesionales más osados y que están dispuestos a asumir mayores riesgos a favor del aumento de la productividad puede ser el diferencial para garantizar el éxito de un negocio.
Rodrigo Coppola es gerente de desarrollo comercial para América Latina. A lo largo de los años, ha estado trabajando en diferentes áreas dentro de Orange Business, como Project Management, Pre-Sales, Consulting y Business Development. Rodrigo se enfoca actualmente en soluciones de colaboración, respalda las necesidades de nuestros clientes, señala oportunidades, expande asociaciones y promueve nuestro portafolio de colaboración en la región.